El papa Francisco pidió a las sociedades que se liberen “de los tentáculos del consumismo y de las trampas del egoísmo” que provocan insatisfacción y cierran los corazones “a las necesidades de los pobres”.

“Necesitamos liberarnos de los tentáculos del consumismo y de las trampas del egoísmo, de querer cada vez más, de no estar nunca satisfechos, del corazón cerrado a las necesidades de los pobres”, dijo Francisco durante la misa del Miércoles de Ceniza, que presidió en la basílica romana de Santa Sabina.

En su homilía, el papa criticó que a menudo se persiguen “cosas transitorias, que van y vienen” pero que no tienen importancia, y afirmó que tras la muerte ninguna de estas preocupaciones perdurará, porque “las realidades terrenales se desvanecen”.

“De tantas cosas que tienes en la mente, detrás de las que corres y te preocupas cada día, nada quedará. Por mucho que te afanes, no te llevarás ninguna riqueza de la vida. Las realidades terrenales se desvanecen, como el polvo en el viento”, apuntó.

En esta línea, señaló que “los bienes son pasajeros, el poder pasa, el éxito termina” y rechazó “la cultura de la apariencia” que actualmente domina las sociedades y las lleva a vivir “un gran engaño”.

Frente a esta situación, Francisco aconsejó que lo más conveniente es liberarse de estos elementos superfluos, de la “esclavitud de las cosas” y de lo mundano “que anestesia el corazón”, y vivir dedicados a lo que verdaderamente importa, “la caridad con el prójimo”.

“La apariencia exterior, el dinero, la carrera, los pasatiempos: si vivimos para ellos, se convertirán en ídolos que nos utilizarán, sirenas que nos encantarán y luego nos enviarán a la deriva. En cambio, si el corazón se adhiere a lo que no pasa, nos encontramos a nosotros mismos y seremos libres”, comentó.

Francisco recordó a los fieles presentes que la Cuaresma “es un tiempo de gracia para liberar el corazón de las vanidades” y también la ocasión de recuperarse “de las adicciones que seducen”.

En su opinión, este periodo se debe aprovechar para reflexionar, “detenerse, a ir a lo esencial, a ayunar de aquello que es superfluo y nos distrae”, y ver estos cuarenta días de preparación para recibir la Pascua como “un despertador para el alma”.

“La Cuaresma es el tiempo para redescubrir la ruta de la vida. Porque en el camino de la vida, como en todo viaje, lo que realmente importa es no perder de vista la meta”, subrayó el pontífice.

Sin embargo, prosiguió, “cuando estás de viaje, si lo que te interesa es mirar el paisaje o pararte a comer, no vas muy lejos. Cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿en el camino de la vida, busco la ruta? ¿O me conformo con vivir el día, pensando solo en sentirme bien, en resolver algún problema y en divertirme un poco?”.

En este sentido, sostuvo que “el Señor es la meta” de todo peregrinaje y que la ruta se debe trazar “en relación a él”.

La misa presidida por el papa fue concelebrada por numerosos cardenales, arzobispos, obispos y ante un numeroso público que llenaba el templo.

Antes de la misa, el papa recorrió en procesión la corta distancia que separa la iglesia de San Anselmo de la basílica de Santa Sabina, en la colina romana del Aventino.