Quería ser periodista y lo escribió en su Diario. “…mi mayor deseo es llegar a ser periodista y más tarde una escritora famosa”.

Era Ana Frank y tenía catorce años cuando murió en el campo de concentración de Bergen-Belsen, Alemania. Hace 80 años -el 12 de junio de 1942- empezó a contar su historia y a registrar lo que veían sus ojos y lo que sentía su corazón, en un diario que le regalaron sus padres, el empresario judío Otto Frank, y Edith Frank, de nombre soltera Edith Holländer Stern, hija de una acaudalada familia alemana, cuando cumplió trece años.

“Habrá que ver si algún día podré llevar a cabo este delirio (?!) de grandeza (ser periodista), -dice- pero temas hasta ahora no me faltan. De todos modos, cuando acabe la guerra quisiera publicar un libro titulado La casa de atrás; aún está por ver si da resultado, pero mi diario podrá servir de base”.

Lo que escribía Ana Frank -cuyo nombre completo era Annelies Marie- tenía la forma de cartas a una amiga imaginaria a quien llamó Kitty, que originalmente es un personaje de la serie Joop ter Heul (Buena suerte), escrita por Cissy y Marxveldt.

El Diario cubrió los dos años y tres meses transcurridos del 12 de junio del 42 al 1 de agosto de 1944, tres días antes de que ella y su familia, tras una aparente delación, fueran descubiertas y arrestadas por el oficial de las SS Karl Josef Silberbauer, acompañado por varios colaboradores neerlandeses, entre ellos Gezinus Gringhuis y Willem Grootendorst.

Su sueño de ser periodista y convertirse en escritora fue una constante en su Diario. 

“Debo seguir estudiando, para no ser ignorante, para progresar, para ser periodista, porque eso es lo que quiero ser. Me consta que sé escribir. Algunos cuentos son buenos; mis descripciones de la Casa de atrás, humorísticas; muchas partes del diario son expresivas, pero…aún está por verse si de verdad tengo talento.”

Para Ana Frank, escribir era una necesidad, casi una pulsión. 

“Yo misma soy mi mejor crítico, y el más duro. Yo misma sé lo que está bien escrito, y lo que no. Quienes no escriben no saben lo bonito que es escribir. Antes siempre me lamentaba por no saber dibujar, pero ahora estoy más que contenta de que al menos sé escribir. Y si llego a no tener talento para escribir en los periódicos o para escribir libros, pues bien, siempre me queda la opción de escribir para mí misma.”

“Cuando escribo -añade- se me pasa todo, mis penas desaparecen, mi valentía revive. Pero entonces surge la gran pregunta: ¿podré escribir algo grande algún día? ¿Llegaré algún día a ser periodista y escritora? ¡Espero que si, ay, pero tanto que sí! Porque al escribir puedo plasmarlo todo: mis ideas, mis ideales y mis fantasías.”

Y el jueves 6 de abril de 1944 escribió “Querida Kitty: me has preguntado cuáles son mis pasatiempos e intereses, y quisiera responderte, pero te aviso: no te asustes, que son unos cuantos. 

En primer lugar: escribir, pero eso en realidad no lo considero un pasatiempo.”

Me da lo mismo morir que seguir viviendo

Cuando Ana Frank empezó a pensar en la muerte como un hecho probable hizo esta anotación (jueves 3 de febrero de 1944):

“He llegado al punto en que ya me da lo mismo morir que seguir viviendo. La Tierra seguirá dando vueltas, aunque yo no esté, y de cualquier forma no puedo oponer ninguna resistencia a los acontecimientos. Que sea lo que haya de ser.”

Y en otro momento (el 30 de enero de 1944), con una notoria tristeza amarrada a las palabras, hizo esta anotación: “Quién sabe si algún día no me dejarán más sola de lo que yo quiero”.

Un destino marcado

El destino de Ana Frank y de todo el pueblo judío quedó marcado el 30 de enero de 1933, día en que un demente racista llamado Adolfo Hitler ocupó la Cancillería del Reich y partió en dos la historia moderna, con la imposición de un régimen de sangre, fuego y segregación; destino que fue sellado aquel 4 de agosto de 1944, cuando fue descubierta en su escondite, junto a siete personas más, entre ellas sus padres y su hermana Margot.

En su libro Mi lucha, el dictador llamó a los judíos “seres inferiores” y “monstruos, mitad hombre, mitad mono”, y adelantó su idea de formar un Estado racista. Y, en una abierta declaración de sus turbias intenciones, expresó: “Los alemanes son una raza superior y han sido elegidos para someter y esclavizar a personas de raza inferior”.

Ana Frank tuvo una infancia normal. Estudió en el colegio Montessori de Ámsterdam hasta que los nazis la obligaron a asistir a un liceo judío. Su familia se había ido a Ámsterdam para tomar distancia de lo que estaba sucediendo en Alemania, pero los nazis invadieron los Países Bajos en mayo de 1940 e impusieron su ley. Su ley era segregación, antisemitismo y muerte. Otto Frank, el padre, intentó salir en varias ocasiones, pero ningún país quiso darle visado. Ya se habían quedado sin patria.

Cuando empezó a escribir su Diario, Ana Frank era una adolescente que empezaba a despertar a la vida. Tenía nuevas emociones en el alma y nuevos estremecimientos en el cuerpo.

“Hace sol -escribió el sábado 12 de febrero- el cielo está de un azul profundo, hace una brisa hermosa y yo tengo unos enormes deseos de….!de todo! Deseos de hablar, de ser libre, de ver a mis amigos, de estar sola. Tengo tantos deseos de…..!, de llorar! Siento en mí una sensación como si fuera a estallar, y sé que llorar me aliviaría. Pero no puedo. Estoy intranquila, voy de una habitación a la otra, respiro por la rendija de una ventana cerrada, siento que mi corazón palpita como si me dijera: ¡!cuándo cumpliré mis deseos!”

Y ese mismo día agregó:

“Creo sentir en mi la primavera, siento el despertar de la primavera; lo siento en el cuerpo y en el alma. Tengo que contenerme para comportarme de manera normal, estoy totalmente confusa, no sé qué leer, qué escribir, qué hacer, solo sé que ardo en deseos….”

El escondite de la familia Frank era la parte trasera de las oficinas del padre. Se entraba por una puerta corrediza disimulada con un gran librero. Ana lo llamaba la “Casa de atrás”.

Allí, en ese refugio, conoció el amor, y el domingo 16 de abril recibió su primer beso. Y desde ese día su Diario se hizo más íntimo y más estremecido.

“! ¡Ay, fue tan maravilloso! No pude decir gran cosa, la dicha era demasiado grande. Me acarició con su mano algo torpe la mejilla y el brazo, jugó con mis rizos y la mayor parte del tiempo nuestras cabezas estuvieron pegadas una contra la otra. No puedo describirte la sensación que me recorrió todo el cuerpo, Kitty; me sentía demasiado dichosa y creo que él también”. (…) Grábate en la memoria el día de ayer, que es muy importante en mi vida. ¿No es importante para cualquier chica cuando la besan por primera vez”.

“¿Existe en el mundo algo más hermoso que estar sentada delante de una ventana abierta en los brazos del chico al que quieres, mirando la naturaleza, oyendo a los pájaros cantar y sintiendo cómo el sol te acaricia las mejillas? ¡Me hace sentir tan tranquila y segura con su brazo rodeándome!”

En su escondite, Ana Frank se debatió siempre entre la tristeza de los tiempos que corrían y la discreta alegría de una esperanza tambaleante. Unas veces estaba oscura y otras, llena de luz. Ella misma, el 1 de agosto de 1944, último día en que escribió en el diario, se definió como “un manojo de contradicciones”.

Unos días escribía: “Créeme, cuando llevas un año y medio encerrada, hay días en que ya no puedes más”. (…) “Una y otra vez me pregunto si no habría sido mejor para todos que en lugar de escondernos ya estuviéramos muertos y no tuviéramos que pasar por esta pesadilla y, sobre todo, que no comprimiéramos a los demás”.

Y otros anotaba: “Mientras exista este sol y este cielo tan despejado, y pueda yo verlo, no podré estar triste.” (…) Mientras todo exista, y creo que existirá siempre, sé que toda pena tiene consuelo, en cualquier circunstancia que sea”.

“En estos momentos -proseguía- no pienso en la desgracia, sino en todas las cosas bellas que aún quedan”. (…) “Creo que la desgracia va acompañada de alguna cosa bella, y si te fijas en ella, descubres cada vez más alegría y encuentras un mayor equilibro. Y el que es feliz hace feliz a los demás; el que tiene valor y fe, nunca estará sumido en la desgracia.” (Martes, 7 de marzo de 1944).

“No mires las casas y los tejados, sino al cielo. Mientras puedas mirar al cielo sin temor, sabrás que eres puro por dentro y que, pase lo que pase, volverás a ser feliz.” (…) “Es un milagro que todavía no haya renunciado a todas mis esperanzas, porque parecen absurdas e irrealizables. Sin embargo, sigo aferrándome a ellas, pese a todo, porque sigo creyendo en la bondad interna de los hombres.” (Sábado, 15 de julio de 1944).

Ana Frank venía de una familia de clase media educada en altos estándares, y muchas de sus reflexiones pueden ser consideradas adelantadas para su edad.

“Me es absolutamente imposible construir cualquier cosa sobre la base de la muerte, la desgracia y la confusión. Veo cómo el mundo se va convirtiendo poco a poco en un desierto, oigo cada vez más fuerte el trueno que se avecina y que nos matará, comparto el dolor de millones de personas, y, sin embargo, cuando me pongo a mirar el cielo, pienso que todo cambiará para bien y que esta crueldad también acabará, que la paz y la tranquilidad volverán a reinar en el orden mundial.

Mientras tanto, tendré que mantener bien altos mis ideales, tal vez en los tiempos venideros aún se puedan llevar a la práctica.”

Hasta sobre las tradicionales desigualdades que afectan a la mujer hizo algunas anotaciones:

“Más de una vez, una de las preguntas que no me deja en paz por dentro es por qué en el pasado, y a menudo aun ahora, los pueblos conceden a la mujer un lugar tan inferior al que ocupa el hombre.

Todos dicen que es injusto, pero con eso no me doy por contenta: lo que quisiera es conocer la causa de semejante injusticia.”

“Por suerte, la enseñanza, el trabajo y el desarrollo le han abierto un poco los ojos a la mujer. En muchos países las mujeres han obtenido la igualdad de derechos; mucha gente, sobre todo mujeres. 

Pero también hombres ven ahora lo mal que ha estado dividido el mundo durante tanto tiempo, y las mujeres modernas exigen su derecho a la independencia total”.

“¿Y cuál es la recompensa por aguantar tantos dolores? La echan en un rincón si ha quedado mutilada por el parto, sus hijos al poco tiempo ya no son suyos, y su belleza se ha perdido. Las mujeres son soldados mucho más valientes y heroicos, que combaten y padecen dolores para preservar a la humanidad, mucho más que tantos libertadores con todas sus historias bonitas.” (…) 

“Los hombres lo tienen fácil, nunca han tenido que soportar los pesares de una mujer, ni tendrán que soportarlos nunca”.

Historia editorial del Diario

Tras el fin de la guerra, el padre de Ana Frank recibió el diario de manos de Miep Gies y Bep Voskuij, una pareja que arriesgó su vida para ayudar a la familia Frank en su escondite, y que lo había recogido en la Casa de atrás después de su arresto.

Este es el legado de su hija, le dijo Gies a Otto Frank cuando le hizo entrega del documento. El padre acababa de confirmar la noticia de la muerte de sus hijas y de su esposa y no pudo enfrentarse al diario hasta un mes después. Cuando lo leyó, expresó: Lo que he leído en su libro, es tan indescriptible y emocionante que no puedo parar de leer”.

Otto siempre cargaba el diario en su maleta. Lo llevaba a todos lados y, con el aire de un padre orgulloso de aquella siembra que había dejado su hija, lo leía a sus parientes y amigos, algunos de los cuales lo instaban a publicarlo.

El Diario fue escrito originalmente en neerlandés Fue publicado por primera vez en junio de 1947, en una edición de 3,036 ejemplares; la segunda salio en diciembre de 1947 con 6,830 ejemplares y la tercera en febrero de 1948 con 10,500. En lo adelante no se ha dejado de traducir y publicar.

Además de ser uno de los diez libros más leídos del mundo, está considerado como un documento fundamental en la toma de conciencia y en el conocimiento de las penurias sufridas por los judíos y por los pueblos ocupados por las hordas nazis.

El padre de Ana tomó la extraña decisión de censurar la primera versión para excluir aquellos temas sexuales tocados por la adolescente Ana Frank, acogiéndose al conservador espíritu de la época. También quedaron fuera algunos párrafos donde Ana hacía críticas severas a algunas de las personas con las que convivió en el refugio, incluyendo a su madre.

Tras leer el diario, Otto Frank quedó sorprendido al ver que Ana Frank ya no era la niña que él pensaba era. “Yo no tenía idea –expresó- de la profundidad de sus pensamientos y sentimientos. Tuve que admitir que yo mismo no tenía idea de lo que pasaba por su pensamiento”.

“Otto Frank editó pasajes y eliminó ciertas expresiones para proteger la memoria de su esposa en particular y también la de las otras personas que Ana retrató”, explicaron Mirjam Preesler y Gerti Elías, autoras del libro Saludos y besos. La extraordinaria historia de la familia de Anne Frank.

El destino final

Algunos de los ocho ocupantes del refugio detenidos murieron en distintos campos de concentración. Edith Frank, la madre, murió, lejos de su familia, de inanición en el campo de mujeres de Auschwitz entre febrero y marzo de 1944, mientras Margot Frank, su otra hija, encontró

la muerte en el campo de Bergen-Belsen. Igual que su hermana Ana, murió de tifus a la edad de dieciocho años.

El padre, Otto Frank, sobrevivió de milagro al campo de Auschwitz, Polonia, donde estaba registrado con el número B9174 y, de inmediato, aferrado a una frágil llovizna de esperanza, inició la búsqueda de sus hijas. El 8 de junio de 1945, desesperado y lleno de preguntas sin respuestas, se sentó en una esquina de su desolación y escribió: “Lo importante es que las niñas aparezcan”.

Y en otro momento: “Toda mi esperanza está en las niñas. Me aferro a la idea de que siguen con vida y de que pronto estaremos juntos otra vez. 

“Tengo la esperanza de que las volveré a ver a todas sanas y salvas, y no quiero deprimirme”.

“Otto Frank -escribieron Mirjam Preesler y Gerti Elías- preguntaba infatigable a todas las personas que regresaban de campos de concentración si sabían algo de sus hijas; leía las listas que se publicaban en los periódicos; preguntaba con regularidad en la Cruz Roja, que llevaba un registro actualizado de los supervivientes y recopilaba también declaraciones testimoniales de las víctimas”.

Según las escritoras, “lo que debía de mantenerlo en pie sería la esperanza de encontrar de nuevo a sus hijas”. (…) Fue un tiempo terrible, esperando a ver quién regresaba, quién había tenido la suerte de esquivar la muerte, y quién se suponía que había dejado de existir.

Un tiempo de esperanzas, rumores, suposiciones y verdades atroces”.

El día que Ana Frank fue casi feliz

Poco antes de su muerte y, a pesar de las penurias que enfrentaba, Ana Frank fue casi feliz, según cuenta Lien Brilleslijpers, una mujer que sobrevivió del campo junto a su hermana y que fue la persona que confirmó a Otto la muerte de su hija y las condiciones en que eso se produjo.

“Un día de diciembre -relata Brillestlijpers- nos dieron un trozo pequeño de queso y algo de mermelada. Las SS y las guardianas se retiraron a celebrar. Era Navidad. Éramos 3 pares de hermanas, Margot y Anne Frank, las hermanas Daniel y nosotras, y aquella noche también quisimos celebrar a nuestro modo la fiesta de San Nicolás, Hanuká y la Navidad. Jannie había conocido a unas húngaras que trabajaban en las cocinas de las SS. Gracias a ellas, conseguirnos dos puñados de peladuras de patata”.

“Anne -prosigue Brillestlijpers- se hizo con un trozo de apio y las hermanas Daniel encontraron un poco de remolacha colorada. Yo canté y bailé para algunas guardianas y me dieron un poco de chucrut.

Nos habíamos guardado el pan y con todo aquello nos hicimos pequeños regalos entre nosotras. Asamos las peladuras de papa y cantamos en voz baja canciones en holandés y en yidish; nos imaginamos lo que haríamos cuando regresáramos a casa. Daríamos una fiesta, un banquete en el Dkikker y Thys, uno de los restaurantes más caros de Ámsterdam, propuso Anne. Por un breve espacio de tiempo, fuimos casi felices.” Fue su última navidad con vida.

Sobre el final de Ana Frank y su hermana Margot, la sobreviviente Lien Brilleslijpers hizo este relato:

“Las encontramos en el (barracón) de los enfermos. Les imploramos que no se quedaran allí porque cuando alguien abandona es que el final está cerca. Anne dijo: Aquí podemos estar las dos tumbadas en un catre, juntas y tranquilas. Margot apenas podía susurrar. Tenía mucha fiebre. Al día siguiente volvimos a visitarlas. Margot se había caído del catre y estaba casi inconsciente. Anne también tenía fiebre, pero estuvo alegre y cariñosa. Dijo: Margot se dormirá y cuando ella

duerma, a mi no me hará falta levantarme. Unos días mas tarde hallamos el catre vacío. Sabíamos lo que eso significaba. Las encontramos detrás del barracón, envolvimos sus cuerpos escuálidos en una manta y las llevamos a la fosa común. Era todo cuanto podíamos hacer”.

En una crónica fechada el 31 de enero de 1981, el periódico español El País escribió: “En Bergen-Belsen, uno de los campos de exterminio nazi con nombre de balneario o estación estival, una niña judía agonizaba junto al cadáver de su hermana, que había muerto unos días antes. Su cuerpo consumido por la inanición y el sufrimiento era sólo un cuerpo más, mudo y anónimo, entre los seis millones de víctimas que cifró el holocausto judío”.

Según ese medio, el diario de Ana Frank se convirtió en un símbolo de una Europa que convalecía de la Segunda Guerra Mundial.

En una triste y dramática remembranza ded sus últimos días, Margita Petterson, sobreviviente del campo de Bergen-Belsen, dijo una vez: «Pensaba que era una chica muy agradable y muy dulce. 

Tenía unos ojos tan grandes, maravillosos ojos oscuros. (…) Traté de ayudarla en lo que pude. 

Casi todos los días le llevaba algo de comida que robaba en la cocina, pero después de la muerte de su hermana Margot, Ana ya no sentía deseos de vivir.

Sentía mucha pena por ella. Pasaba el tiempo sentada junto al cadáver de su hermana».

El diario como testimonio histórico

El Diario de Ana Frank es uno de los diez libros más leídos del mundo. Ha sido traducido a sesenta y cinco idiomas y, según la Comunidad Baratz, una entidad especializada en información y documentación, se han hecho 27 millones de copias impresas. Es considerado un documento fundamental para conocer la situación que vivieron los judíos en los días terribles del Holocausto. Bien visto, no es solo la memoria de una muchacha acorralada por la injusticia, también es una memoria de su tiempo.

“Para mí, este diario tiene valor, ya que a menudo se ha convertido en el libro de mis memorias”, escribió la misma Ana Frank en una de sus partes.

En la medida que su encierro se lo permitía, ella llevaba la crónica de los acontecimientos. Cuando empezó la invasión de los aliados ella lo hizo constar en su cuaderno. “Martes, 6 de junio de 1944. 

Ha llegado el día D, ha dicho a las doce del mediodía la radio inglesa. La invasión ha comenzado”.

Y en otra anotación del mismo día:

“!Conmoción en la Casa de atrás! ¿Había llegado por fin la liberación tan ansiada, la liberación de la que tanto se ha hablado, pero que es demasiado hermosa y fantástica como para hacerse realidad algún día? ¿Acaso este año de 1944 nos traerá la victoria? Ahora mismo no lo sabemos, pero la esperanza, que también es vida, nos devuelve el valor y la fuerza. Porque con valor hemos de superar los múltiples miedos, privaciones y sufrimientos. Ahora se trata de guardar la calma y de perseverar y de hincarnos las uñas en la carne antes de gritar. Gritar y chillar por las desgracias padecidas, eso lo pueden hacer en Francia, Rusia, Italia y Alemania, ¡pero nosotros todavía no tenemos derecho a ello!

Unas semanas después: “El ambiente ha dado un vuelco total: las cosas marchan de maravilla.

Hoy han caído Cherburgo, Vítebsk y Slobin. Un gran botín y muchos prisioneros, seguramente. En Cherburgo han muerto cinco generales alemanes, y otros dos han sido hechos prisioneros. 

Ahora los ingleses podrán desembarcar todo lo que quieran, porque tienen un puerto: ¡toda la península de Cotentin en manos de los ingleses, tres semanas después de la invasión! ¡Se han portado!

La palabra la hizo libre

Ana Frank era una muchacha vital que tenía un especial sentido de la vida, una mariposa desolada con sus colores acorralados por la historia. Empezó a volar temprano, pero fue derribada en pleno vuelo el día en que la injusticia del mundo se acentuó y rompió la historia.

Estaba lastimada por el horror, con su mundo roto y con todo a su alrededor cayéndose a pedazos, y aun así nunca dejó de soñar. Creía en el futuro y lo escribió en su cuaderno. “Creo que toda desgracia va acompañada de alguna cosa bella, y si te fijas en ella, descubres cada vez más alegría y encuentras un mayor equilibrio. Y el que es feliz hace feliz a los demás; el que tiene valor y fe, nunca estará sumido en la desgracia.” Sin darse cuenta, le estaba hablando a la posteridad.

Ana Frank creía en la naturaleza. “Estoy convencida de que la naturaleza es capaz de paliar muchas cosas terribles, pese a todo el horror.” Y, como consta en su Diario, tenía la belleza de la vida sembrada en los surcos del alma.

Estuvo dos años encerrada en un refugio, prisionera del tiempo, pero las palabras la hicieron libre. 

Con coraje, con ternura y con la gracia de escribir con el alma estremecida, se puso por encima de la oscuridad.

Su palabra adolescente aún resuena como un sonajero al viento.

“Poseo una enorme valentía de vivir, me siento siempre tan fuerte y capaz de aguantar, tan libre y tan joven.… La primera vez que me di cuenta de ello me puse contenta, porque no pienso doblegarme tan pronto a los golpes que a todos nos toca recibir”. Sin darse cuenta, Ana Frank le estaba hablando a la posteridad.

El día que murió se volvió leyenda. Y aunque no tiene una tumba conocida -solo una simbólica en Bergen-Belsen- para ella y su hermana Margo- ahora está en todos lados, y su ejemplo va de boca en boca.

Y fue así como Annelises Marie Frank -Ana Frank-, la hija de su tiempo, la muchacha grácil que se contaba historias para sí misma, con la simple fuerza de sus palabras, se convirtió en conciencia y quedó sembrada como un árbol en la conciencia de la humanidad.

Ana Frank ahora es más que un libro: ella es la libertad de las palabras y es todas las canciones con que se entona la esperanza.

“No quiero haber vivido para nada, como la mayoría de las personas.

Quiero ser de utilidad y alegría para los que viven a mi alrededor, aun sin conocerme quiero seguir viviendo, ¡aun después de mi muerte! Y por eso le agradezco tanto a Dios que me haya dado desde que nací la oportunidad de instruirme y de escribir, o sea, de expresar todo lo que llevo dentro de mí”.

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